El tiempo se para cuando uno entra en el Ashram cristiano de Shantivanam. Allí se respira esa atmósfera propia de los lugares santos que le dejan a uno sin capacidad de reacción, dócil, lleno de preguntas y vacío de prejuicios… y simplemente te dejas llevar.
Han sido seis días de compartir en silencio con la pequeña comunidad de “Sanyasis” camaldulenses dedicados a la oración y la contemplación, seis días en los que la espiritualidad indiana ha ido calando nuestra forma de interpretar la liturgia, la oración diaria, las comidas, la meditación, y todo ello con una sencillez extrema, que va minando tanta complejidad y tanto ornato que llevamos dentro.
Yo puedo comer con la mano, puedo ponerme el dothy (la falda que usan los hombres en Tamil Nadu), puedo adoptar gestos y costumbres, pero eso no es más que un paso en el camino de la inculturación. He acabado convencido de que se trata de un camino más ligado a lo espiritual y menos a lo “pintoresco”; se trata de asimilar una tradición milenaria, de abrirse a una Iglesia de ancestros orientales, de una liturgia llena de símbolos impensables en la vieja Europa; se trata – como dice uno de los Hermanos de allá – de descubrir la “otra cara de la moneda” en cuanto a tradición y espiritualidad se refiere.
Y el silencio (con palabras o sin ellas) va cumpliendo su misión. Va dejando serenidad, va “cargando las pilas”, relativizando los problemas y haciéndote crecer por dentro – siempre por dentro – que es de lo que se trata.
Y vuelves a casa y la lucha diaria con ganas de seguir creciendo, de seguir buscando y descubriendo día a día, el don precioso de la alegría serena.
Sed felices, que es gratis.
Jorge
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