jueves, 12 de noviembre de 2015

El viaje de Ramesh

    Le llamaré Ramesh por aquello de mantener su anonimato. Llegó a nuestra casa hace unos meses. No pasó por nuestros campamentos vocacionales pero ante la insistencia de su párroco lo admitimos como aspirante. A los dos días de tenerle con nosotros supe que lo que quería el párroco era quitárselo de encima porque el chaval era un trasto… de esos que tiran petardos en mitad de la misa para tocar los trigéminos al personal o de esos que estropean la foto porque no quieren salir en ella.

    Los primeros meses de Ramesh en nuestra casa de formación fueron cuanto menos, curiosos; cada vez que se le preguntaba algo en inglés él se reía y no pronunciaba una palabra; cuando había que estudiar, miraba a los apuntes como si se tratara de un enemigo personal. En mi primer examen intentó copiar, digo intentó porque no llevábamos ni dos minutos de examen y cantaba que el chaval estaba a por uvas. Cuando le pillé y le dije que se fuera a copiar la chuleta cincuenta veces ni se inmutó… se fue, se sentó fuera y se puso a copiar. Reconozco que mi primer impulso fue merendármelo o mandarlo a paseo o a su casa, pero había algo que no cuadraba… compartí el episodio con un buen amigo y me pidió que le diera otra oportunidad… le hice caso y así fue. En el fondo no se trataba de darle una oportunidad para aprobar (dudo de que pueda hacerlo incluso hoy), sino de darle una oportunidad para poder quererle y sentirse querido. Comencé/comenzamos por salvar la barrera del idioma con humor y así descubrí que detrás de Ramesh había una familia rota por un padre alcohólico y una madre dedicada a sacar a la familia adelante, aunque con ello se olvidara un poco de los pequeños. Me contó que estuvo trabajando en una fábrica de cuerdas donde además de pagarle una miseria, el polvo de las hebras del coco se metían hasta los pulmones y lo hacía insano. “Duré una semana”, me dijo. Me contó sus fechorías con amigos que no eran, y batallas con enemigos que tampoco lo eran.

    El domingo pasado vino su madre. Se presentó sin avisar, pero le basto un ratito para descubrir que a Ramesh le estaba pasando algo: estaba feliz. Cuando una madre llora por ver feliz a un hijo, aunque esté a kilómetros de él, es que hay mucho amor y mucho que contar detrás de cada lágrima. Nos contó que Ramesh creció viendo a su padre borracho pegando a la madre por las noches, que el ambiente del pueblo le hizo trasto, pero que tenía un buen corazón y un alma noble… y se fue no sin antes animar a su hijo a seguir adelante.


    Ramesh sigue con nosotros… y sigue suspendiendo aunque ya no copia. Es verdad que tiene mucho que cambiar y la dureza del camino puede que le haga abandonar su vocación… pero si al final se va de esta casa, por lo menos que se vaya con la sensación de haber sido querido. Estoy convencido de que lo que nos cambia no son lecciones impartidas desde un estrado o leídas en un libro, lo que nos cambia, más bien, son las experiencia que tocan lo que llevamos dentro, lo que somos y lo que amamos … y Ramesh está en ello.
Sed felices
Jorge

No hay comentarios:

Publicar un comentario